Victorica: partera de virtud, doña Procesa.

Naci en el barrio “Los Pisaderos”, en una casa, que era la única sobre esa cuadra, con calle de tierra, frente al tamariscal de la familia Gatica y enfrente a la manzana donde funcionaba la panadería de la familia Marzano. En la misma manzana de nuestra casa, en la esquina, frente al rancho de doña Jacinta Sosa viuda de Nuñez, una lavandera y planchadora, estaba la vivienda de los abuelos maternos Cesanelli-Paz.

A media cuadra sobre la misma vereda de la casa de los abuelos Cesanelli-Paz, había otra construcción. La había levantado el abuelo Luis para destinarla al emprendimiento de pinturas al duco para automóviles en la década de 1920, cruzando la calle donde aún está la casa de la vivienda de Pastor García y más hacia la esquina de esa manzana estaba el rancho de don Vicente Serraino y su familia.

Mis padres se casaron el 27 de septiembre del año 1941 por ante el Jefe del Registro Civil de Victorica, don Domingo Di Dio. Mi madre fue Trinidad Cesanelli, la hija mayor del italiano Luigi Cesanelli, casado con Jacinta Paz, hija de Juana Paz, propietaria de la manzana, situada frente a la manzana de Manuel Gatica y la manzana del italiano Nicolás Marzano.

Los abuelos Cesanelli-Paz le adjudican a los recién casados una parcela y le dan materiales para construir la casa donde vivieron, situada a media cuadra sobre la calle del ingreso a la laguna de “Los Pisaderos”. La vivienda que construyó nuestro padre Marcial tenía dos habitaciones grandes y una cocina, todo de material, con un corredor que daba al patio, donde estaba el pozo para extraer el agua que tomábamos. Techo de chapa, piso de cemento alisado con ventanas hacia la calle y puertas hacia el corredor. En el patio y a continuación del corredor Marcial había puesto una parras que daban deliciosos racimos de uva morada. Al costado había una planta de mora blanca y la casa rodeada de acacias comunes que le daban sombra necesaria y suficiente para los veranos.

Había una leñera, un tendal y un gran tamarisco, más allá del patio alambrado para que no entraran animales. Por esa zona estaba la letrina alejada como 20 metros del pozo de agua. Por ese caminito interno se iba hacia la casa de los abuelos y las tías María Luisa y Rosa con su hijo Coco.

En la foto doña Procesa sentada sostiene a una nieta. Detrás está su nuera y la rodean el resto de sus nietos

Pasaron casi tres años desde el casamiento hasta que mamá Trinidad me comenzó a llevar en su vientre. Cuando llegó el mes de agosto del año 1944 Marcial fue hasta la casa de la familia de doña Procesa Medina, la renombrada partera de virtud, quien vivía a una cuadra y media, sobre la calle que era la antigua salida hacia Telén.

Procesa hizo una primera visita de exploración, la palpó, le tomó la temperatura e hizo su diagnóstico, dándole indicaciones a ella como a Marcial de lo que debían hacer esos días previos.

Doña Procesa descendía de una familia de San Luis, su madre fue Segunda Medina. Se había casado en Victorica en octubre de 1905 con Edelmiro Ortiz cuando tenía 22 años. No sé desde cuando había comenzado a ejercer este oficio tradicional entre las mujeres criollas. vivía con su familia en la manzana frente a lo Marzano y lo de Serraino, al lado de la casa de familia del italiano Orestes Marini.

Para el año 1944 estaban instalados dos médicos en Victorica, el Dr. Adolfo López Seoane y el ucraniano Simón Sigalevich, pero no había parteras diplomadas en ese entonces y en el pueblo solo existía una Sala de Primeros Auxilios, por eso era común que los partos se alumbraran en las casas de las familias.

Trinidad comenzó a sentir dolores cada vez más intensos y mandó llamar a doña Procesa que ya tenía para entonces alrededor de cincuenta años de edad y supongo probablemente cerca de la mitad dedicados a atender partos domiciliarios.

Calzaba alpargatas negras de esa que usaban los hombres, con medias largas, no usaba anteojos, su estatura era baja, sus cabellos lacios. En esta segunda visita, le tomó la presión y le informó a la embarazada que el parto venía bien, el niño, según le había adelantado por el tacto y la forma de la panza de la parturienta, se había ubicado como correspondía para la salida al exterior. Y por la forma del vientre dictaminó que sería un varón.

Antes de irse doña Procesa, que armaba cigarrillos de una tabaquera que siempre la acompañaba, le recomendó a Marcial que carnease una gallina y que hiciera puchero para el caldo que debía tomar después la madre. Y que tuviese una olla o fuentón con agua caliente suficiente y que comprase en la farmacia, algodón, gasas, alcohol puro y desinfectante.

Marcial cortó bastante leña, para la cocina y limpió el brasero para entibiar bien la habitación por si el parto se adelantaba para la noche del 7 de agosto, el mes de invierno más crudo en nuestra tierra. Las abuelas en ese entonces tenían el dicho “hay que pasar agosto”. Acomodó en la pieza de al lado un catre y en una silla dejó la caja con el ajuar para el futuro bebé, que le habían regalado sus cuñadas Selva, Rosa y “Yiya”, junto con la abuela Jacinta.. En la casa no había gato ni perro, pero afuera cuando pasaba alguien a caballo o en sulky se escuchaban torear los de los vecinos.

PD: En la foto que le tomó Lázaro Pérez el año 1962, doña Procesa ya está con bastón. Tenía en ese entonces 18 años más que cuando atendió a la primeriza Trinidad Cesanelli.

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