Un día íbamos, desde la casa de Daniel a la casa de Orlandito, con el “Lolo” Orlando Martín. Cuando subimos la vereda nos encontramos con el paisano Santiago Correa que venía de su casa rumbo al supermercado.
Yo lo conocía de vista a Santiago de haberlo observado trabajar en la feria de Demetrio Bravo y Cía. el año 1963 de a caballo. Flaco y de alta estatura, como esas imágenes que hacen acordar la figura de los dibujos del Quijote. Rostro morocho, quemado por tantos soles tragados por su piel durante su vida laboral activa.
Vestía, como era su costumbre, alpargatas, bombachas, faja, el cuchillo a la cintura, camisa de grafa, pañuelo al cuello y sombrero de paño. Sobre un costado de sus labios un cigarrillo armado a medio pitar. Típico personaje de los que dibujó Molina Campos para los almanaques de aquellos años que no existía el celular, ni el gps, ni la internet, ni las computadoras. Ellos se orientaban por las estrellas, la luna y el sol: por los rastros de los animales o personas.
Don Orlando, que sabía que a mí me interesaban esas anécdotas de los paisanos le dice, “che explicale a Luis como hacías cuando traías tropa y te agarraba la lluvia”.
Santiago, sin sacarse el cigarrillo de la boca comenzó a hablar despacio y dijo: “cuando veía que iba a llover, buscaba un lugar para arrinconar la hacienda y evitar que algún animal se espantara por los truenos. Después buscaba un caldén grande, me sacaba el capote, me desvestía y colocaba la ropa debajo del recado. Antes le aflojaba la cincha, y le colocaba la carona para que no se mojara el cojinillo. Me colocaba de espaldas al tronco del caldén y atracaba el caballo que lo tenía de la rienda bien cortita, para que me diera reparo y calor si hacía frío. Me ponía el capote y esperaba hasta que pasara el aguacero. Cuando ya no llovía más, me vestía, le ajustaba la cincha al caballo, me ponía el capote nuevamente por las dudas si alguna garuga fina o el viento pudiera molestar”
Todos los troperos tenían un capote que era de lona impermeable que no dejaba pasar la humedad de la lluvia, el aguanieve y también era rompeviento.
Hasta la década de 1950 desde los cuatro puntos cardinales las haciendas llegaban a la feria, mayoritariamente por arreo, conducidas por troperos experimentados y conocedores de la travesía.
Hasta esa fecha no había caminos abiertos de doble mano. Sólo eran huellas de la travesía, por lo menos las que había de Telén hacia el oeste. Eran parte de la antigua red de rastrilladas indígenas. El “Lolo” alquiló primero el campo “La Querencia” a don Silvestre Martínez y años después compró “La Yolanda”, ambos estaban más allá de la colonia “la Pastoril”.