Elina García nació en Villa Mercedes, provincia de San Luis, en el seno de una familia criolla. Era hija de Francisco García y María Suarte. Fueron sus hermanos Francisco “Pancho” García, Cruz García y Fructuoso García.
Cuando el cura franciscano Fray Depredi, a cargo de la Parroquia de Victorica, funda el 6 de agosto del año 1893 la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, entre las socias fundadoras encontramos a Elina García, Petronila de Salinas, P. de Ferrari, E. de Carlo y las señoritas Demetria y Clementina Olivera, Teodora Leyría, Cleofe Vera, Benita Velázquez y Victoria Fernández. Recuerdo que siempre llevaba colgado de su cuello una cadenita con un crucifijo.
El año 1905 se casó con Cirilo Roldán, un joven venido al Territorio Nacional de la Pampa Central, desde el Bragado (Provincia de Buenos Aires), con una punta de ovejas.
De ese matrimonio nacieron en los años sucesivos varios hijos. Hipólita Casiana, Felipa, Marcial, Trinidad, Cristobal, Delicia Timotea y Elina. La que se fue primero de la chacra fue Casiana que se casó con el francés Juan de la Nava, que supo tener una empresa de explotación forestal.
Vivían en un rancho de adobe en la chacra Nº 126, construido como era la costumbre con madera extraída de los caldenes de los alrededores, que servían para utilizarlos de parantes, hacer las cumbreras y para construir las aberturas. El barro se amasaba con pasto puna, también cortado en los alrededores y encima como techo, chapas de zinc, todo atado con alambre de acero y en las uniones con alambre de fardo.
En este caso particular la cocina, que todavía tiene una pared en pie resistiendo los ventarrones, estaba separada de las habitaciones para evitar el calor y los olores o el humo de la cocina a leña. Las habitaciones y también a la cocina se le colocaba en el interior un cielorraso confeccionado con bolsas de arpillera, el que se blanqueaba a la cal. Eso era para evitar el goteo de la chapa en invierno y el calor en el verano.
También era costumbre en los veranos cortar olivillo y colocar una camada sobre la chapa para evitar que esta se calentase tanto en los días de temperaturas extremas. La construcción se hacía teniendo en cuenta los puntos cardinales y la dirección predominante de los vientos. La cocina y las habitaciones miraban hacia el “naciente”, es decir hacia el cuadrante por donde aparece en sol en las mañanas, para aprovechar, sobre todo en el invierno el calor de los rayos solares apenas asoma en el horizonte.
Además de la cocina y las habitaciones, generalmente se construía una despensa, que era el lugar donde se guardaban los alimentos producidos en el lugar y los demás adquiridos en los almacenes de Victorica o en Loentuel. Y para evitar los vientos y las lluvias se construía una galería, que era como un estar, que tenía techo, pero estaba abierto. De esa manera servía de sombra y de cobijo para la hora de tomar la merienda en el verano.
Por último otras instalaciones muy importantes. La provisión del agua, se obtenía con la instalación de un molino cerca de la casa de donde se extraía el agua de un pozo y se la acumulaba en un tanque tipo australiano como el que se ve en la foto. De allí se derivaban las cañerías para las bebidas del ganado y una para la huerta familiar. El otro problema era el sanitario, que al no existir baño instalado, había que construirlo alejado de la perforación para que el retrete no contaminara el agua.
Alrededor de la casa se plantaban árboles para sombra, y también para cortar los vientos fuertes, dado que el caldén es un árbol no muy alto y de hoja pequeña, por lo que no es de buena sombra, salvo los muy antiguos grandes. En este caso la familia de Elina y Cirilo plantaron los llamados “árbol del cielo” o paraísos y también la acacia común.
La huerta, era atendida por las mujeres, dado que los hombres se ocupaban de los animales: caballos, lanares, vacunos. En las primeras décadas eran más numerosas las ovejas, que requiere mucho más trabajo que el vacuno, porque el precio de la lana en el mercado internacional era bueno. En la huerta se sembraba maíz para tener choclos, zapallito del tronco, zapallo criollo, sandías, melones, cebolla de verdeo, perejil, era lo más común. Por supuesto en la quinta se cultivaban las aromáticas como la menta, el cedrón, la peperina, algunas utilizadas en infusiones y otras en las comidas. Había que desmalezar, regar, matar hormigas, combatir a los pájaros.
Otro trabajo de las mujeres era el de cuidar el gallinero que proveían los huevos y la carne de pollo. A ello se sumaba el ordeñe de las vacas lecheras para el consumo de la casa y a veces si había varias lecheras que dieran abundante leche se vendía en Loventuel.
Todos sus hijos fueron a la escuela rural, en el caso de Trinidad y seguramente Marcial el maestro fue el riojano Félix Romero y en el caso de Felipa, ella siempre recordaba a su maestra Isolina Gesualdi.
Cuando llegó la década de los “años malos”, con sequías prolongadas, la langosta, la caída de la ceniza el año 1932, con el impacto de la crisis internacional que hizo bajar los precios de la lana. Todo se puso mal y los ingresos que daba una pequeña chacra de 100 hectáreas, no alcanzaba para mantener una familia de 9 personas. Fue por eso que tres de sus hijos tomaron la decisión de marcharse a Buenos Aires a buscar trabajo.
Partieron con ese destino Cristobal, junto con sus dos hermanas, Trinidad y la menor Elina. Allí consiguieron trabajo y también se enamoraron y se casaron. En la chacra había quedado Marcial y Felipa, pero por poco tiempo. Después de la muerte de su padre Marcial comenzó a buscar trabajo en Victorica, ya había cumplido sus 22 años cuando murió su padre. Ahora en la chacra su madre tenía a su cargo a dos niños para criar, ellos fueron Anacleto Buenaventura García el hijo de su hermano Fructuoso y a José de la Nava el menor de los varones de su hija Casiana.
Doña Elina, falleció el 15 de mayo del año 1963 en Victorica, cuando contaba con 92 años. Su esposo Cirilo había muerto en marzo del año 1937, cuando tenía 66 años, a consecuencia de una leucemia. Ambos descansan en el cementerio del pueblo donde ella pasó sus últimos años.
Los hombres tenían que arreglar los alambrados para evitar que el ganado se saliese. Atender la aguada, y controlar las plagas que atacaban a los corderos, siendo el puma el que más daño hacía. La vizcacha que solía colonizar algunos sectores del campo también solía ser un problema aunque no preocupante.
La foto de arriba está tomada en el molino de la chacra, allí están el niño José de la Nava, nuestro padre Marcial, nuestro tío Emilio Rodríguez y el tío José Bianchi.
En la foto de arriba todos están posando y casi que han cubierto la FORD T. Mi padre Marcial me tiene alzado, está vestido todo de blanco. A su lado nuestra madre Trinidad Cesanelli. Abuela Elina de negro está sentada atendiendo a otro nieto. Detrás de ella doña Casiana. El hombre que sobresale al medio atrás es Agustín “Chino” de la Nava. Adelante la señora de vestido floreado negro y zapatos blancos es doña María de los Ángeles Piorno de Martín, a su lado también de vestido floreado claro está Delicia de Sad.
Otros trabajos de la chacra era combatir las sequías cuando no eran años lluviosos. A eso había que agregarle a veces los incendios que producían los rayos de las tormentas. Además había que capar los terneros que se querían convertir en novillos.
Carnear todas las semanas un capón o cordero para consumo que como no había heladera se guardaba a la sombra dentro de una fiambrera. Por supuesto hacer los asados a la cruz durante todo el verano.
La fiambrera era un mueble de madera con una puerta en un costado, rodeada de alambre tejido que permitía el paso del aire, pero no el acceso de los insectos.
Los paraísos custodios de la antigua cocina, aún permanecen como testigos de tanto trabajo familiar. Piensen ustedes que ese rancho cumplió cien años el año 2005, quiere decir que estaba bien hecho porque ha aguantado las lluvias intensas, los ventarrones huracanados, los soles abrazadores.
Alguien se llevó las chapas y probablemente algunas maderas hayan ido a parar al fuego. El que adquirió la chacra fue don Renato Silva, uno de nuestros lecheros en Victorica. Fue vecino, dado que tenía su casa dentro del predio de Los Pisaderos, a una cuadra de la nuestra.
Los loros han colonizado, después de muchas décadas toda la torre del viejo molino que quedó en desuso.
Fotos: Juan B. Gandini y Luis E. Roldán