Francisco Melo nació en la zona rural de la Ciudad de Córdoba el 4 de febrero del año 1926 en la provincia de Córdoba (Argentina). Era hijo de Francisco Melo y Eva Bidi, una familia de inmigrantes checoeslovacos quienes llegaron huyendo de la Primera Guerra Mundial de 1914 con su hijo mayor José. Fueron sus hermanos José, Benito, Rosa y Teresa.
Toda la familia trabajaba en el campo, eran muy pobres y los ingresos no alcanzaban. Francisco recordó ante nuestro amigo Toto Becerra que a los 5 años sembraba maíz y a los 11 ya trabajaba la tierra con el arado mancera.
Sus padres eran muy cristianos y su fe la profesaron dentro de la Iglesia Católica, por eso sus hijos abrazaron esa creencia religiosa y se dispusieron servir al Señor. Así fue que los tres hermanos varones fueron sacerdotes y su hermana Rosa Eva tomó los hábitos en la congregación de María Auxiliadora. La única que no tomó los hábitos fue Teresa que se quedó cuidando a sus padres en el hogar paterno.
A los once años Francisco Melo, aconsejado por un cura amigo de la familia ingresa en el Instituto Monotécnico de Artes y Oficios. El 1° de septiembre de 1937 ingresa al Aspirantado en la carrera de sacerdocio dentro de la obra Salesiana de Don Bosco. En enero de 1945 continúa sus estudios en la Escuela Rural de Vignaud y el 31 de enero de 1946 comienza el noviciado que lo preparará para la vida sacerdotal.
En marzo del mismo año lo envían a Fortín Mercedes donde culminará su formación, recibiendo su título de Maestro Normal Nacional.
El mes de marzo del año 1949 Francisco arriba a Victorica, en ese año era Director el RPS Santiago Di Paoli, La intención era realizar sus prácticas en el Colegio Salesiano de Don Bosco, que se había abierto el año 1922. Era por un año, pero se quedó tres años, terminado los cuales se va a finalizar su carrera sacerdotal. Recibe sus hábitos el 25 de noviembre de 1955 y al año siguiente lo trasladan nuevamente a Victorica.
Primero ejerce como maestro y el año 1958 el nuevo Director el RPS Celso Valla le encomienda la honrosa misión de evangelizar todo el oeste pampeano. Es que hace poco tiempo que ha fallecido el misionero italiano José Durando, quien tenía sede en Telén desde marzo del año 1916. Todos los caminos eran de tierra, todavía había muchas huellas y la travesía más allá de Telén era muy complicada tanto en épocas de sequía como en épocas de lluvias abundantes.
Francisco Melo le cuenta sus experiencias al amigo Omar “Toto” Becerra: “Salí a evangelizar todo el oeste pampeano, sin más herramientas que una botella de agua, un portafolio con papeles, un puñado de estampitas y miles de proyectos, con mucha alegría y entusiasmo. No tenía vehículo, así que tenía que hacer dedo. Salí a la ruta para dirigirme a Santa Isabel, recuerdo que acertó a pasar un camión de Vialidad, conducido por don Antonio Álvarez. A 20 kilómetros de Telén, debido a que la ruta era de tierra y de una sola mano, un camión se nos vino encima y nos encomendamos a Dios y María Santísima. El choque era inevitable, pero Antonio con unos reflejos extraordinarios maniobra largándose al costado de la ruta, ya que no había banquina”.
Y continúa su relato a Becerra: “Más adelante, casi llegando a Santa Isabel, atropellamos una vaca que estaba en la ruta, por suerte sin ninguna consecuencia y yo pensaba que era Dios que me estaba poniendo a prueba y esto me hizo sentir con más ganas y deseos de continuar, no podía fallarle a Don Bosco”. Melo misionó durante siete años sin ningún vehículo, en muchas ocasiones lo hizo merced a la generosa colaboración de Cándido Beneitez, que lo llevaba en su camión, un hijo de un español, casado con una hija de la familia Modón.
El primer vehículo que le proveyeron fue una estanciera IKA (Industria Kaiser Argentina) usada, con la que recorrió puesto por puesto llevando no solo el evangelio sino lo que la gene le encargaba como agua, mercaderías, correspondencia y todo tipo de pedidos que le hacían los paisanos. Así recordó una de sus peripecias con su vieja estanciera: “A 50 kilómetros de Santa Isabel me quedé sin batería, era de madrugada, no pasaba nadie que me auxiliara y decidí recorrer a pie el trayecto. Era una mañana de una de esas heladas bravas, me sentía muy cansado y además con hambre porque no había comido nada, Seguí caminando y orando y rogándole a Dios que me diera la fuerza suficiente como para llegar y parece que me escuchó.”
En otra oportunidad recordó Melo ante su amigo Becerra que le preguntaba. “Una vez estuve tres días varado en un camino intransitable, que los paisanos viejos me habían aconsejado utilizar para acortarla distancia, sufrí mucho la falta de alimentos y la sed”. Francisco siempre recordaba la colaboración recibida de los bondadosos don Pedro Muñóz y don Pio Fernández, de Algarrobo del Águila, dispensándole todo tipo de ayuda. Lo auxiliaron varias veces. También en el boliche atendido por la señora Albina Irigoyen en La Pastoril, o doña Juanita Ruiz en Santa Isabel, doña Ciriaca Álvarez y doña Edita Sondón, todas de una enorme fe católica, que siempre la demostraron con hecho concretos para que pudiera cumplir su misión sin mayores dificultades.
En cierta oportunidad se traslada hacia Árbol de la Esperanza a bautizar a varios niños y realizar un casamiento, Melo recordó: “al atravesar el río por el viejo puente, se hundieron algunas partes y la estanciera quedó colgada, logré salir y me dirigí a un puesto que conocía, donde estaba el Sr. Gómez, como ya era muy tarde, me invita a cenar y pasar la noche, al otro día temprano Gómez lleva un hacha, varios metros de soga, una mula y un caballo, hacía un calor insoportable, con viento que arrastraba cenizas. Después de mucho trabajar, logramos sacar el vehículo. Reanudé la marcha y le agradecí deseándole lo mejor para él y su familia con la bendición del Señor para que los protegiese siempre”.
En la época de los grandes incendios de campo recordó Melo: “Viajando por la ruta me encontré que desde los dos lados había fuego, no podía retroceder, porque el fuego avanzaba de ese lado y pensé nuevamente que Dios y María Santísima estarían conmigo y con mucho coraje emprendí la marcha a toda la velocidad que daba la vieja estanciera, logrando ponerme a salvo.”