La escuela rural de “El Trebol”La señora Elisabeth Smidt de Ortiz Echagüe publicó a mediados del año 1973 un libro escrito por ella, que tituló “El Santo de los montes”.Ella era hija única, su padre Federico Smidt fue el primer Cónsul holandés designado en Argentina. Quien había comprado dos lotes de campo en el por entonces Territorio Nacional de la Pampa Central, donde había hecho construir una casa. Según leemos en una especie de introducción familiar expresa: “La compra la pudo efectuar por la herencia que le tocó de una tía.” Y más adelante agrega este otro párrafo supuestamente verídico. “Papá era el hijo menor de una familia aristocrática y como tal, según las leyes inglesas, no le tocaba nada en herencia; tenía que peleárselas solo y por eso decidió salir, irse a América”
El libro es una especie de biografía ficcionada. Ella misma escribió esta dedicatoria.“A la provincia de La Pampa dedico este libro.En nuestros tiempos complicados, en los que hasta el arte se desvía hacia lo extraño, lo feo, el humor negro, la exagerada sexualidad y el espíritu busca sensaciones producidas artificialmente, quise escribir un libro bueno y limpio.Espero haberlo logrado. Agradezco sinceramente a los que, en una u otra forma, han colaborado. Los personajes y lugares de este libro son ficción.” La Autora.
Don Antonio Ortíz Echagüe de sombrero y bombachas, con su esposa Eslisabeth y amigos
Se había casado el año 1919 con el pintor español Antonio Ortiz Echagüe. En 1920 nace Carmen su hija, con quien se van a vivir a Holanda. El año 1927 cuando ya estaban viviendo en España nacerá su hijo varón al que bautizan con el nombre Federico, recordando a su padre ya fallecido. Después de vivir un tiempo en Fez (Marruecos, norte de África) y Tánger, Deciden instalarse en la estancia “La Holanda” que han heredado de la familia Smidt, en las cercanías del paraje “El Durazno” y dentro del ejido de la comuna de Carro Quemado (La Pampa) en Argentina, que hoy está en manos de sus nietos.
Del libro citado, he extractado estos párrafos, relacionados con la escuela rural que crearon en dicho campo para brindar educación a los hijos de los hacheros que estaban trabajando dentro del predio.
“Una tarde vuelve silencioso, lo conozco tan bien que sé que algo le molesta. Por fin dice qué es:—He estado con los hacheros, que me están hachando la leña campana _todavía queda bastante en los montes_, y también postes y varillas, para el nuevo potrero que quiero hacer. Son dos familias, cada una con muchos chicos; hay ocho en edad de ir a la escuela, pero no los pueden mandar. Van a quedarse acá trabajando todo el invierno. ¿Qué te parece, Margarita, si nosotros les ofreciésemos esa posibilidad? Quiero decir, buscar una maestra y desocupar el galponcito viejo e instalarlo como escuela?–Tu idea me parece maravillosa _digo_, pero…—¿Pero? Decime, Margarita, las dificultades que presientas.–Y… esa chica _la maestra_, tendría que vivir acá en casa con nosotros siempre; me parece que puede resultar pesado para mí. Y luego ¿a cuánta distancia están esas familias?—Una, queda a una legua, la otra casi a dos _por ahora_, pues ya sabes que cambian de lugar a la fuerza. Pero puedo facilitar caballos mansos, para que vengan enancados de a dos.–Tendrán que traer comida, o comer aquí, al mediodía. ¿Quién se ocupará de todo eso?—No pongas dificultades, Margarita, todo se solucionaría, si estás de acuerdo con la idea básica.–Estoy de acuerdo, pero quiero que pensemos todo bien, antes de empezar una cosa, de la que tal vez nos arrepintamos o tengamos que abandonar a medio camino _digo_, un poco malhumorada.Como sucede en estos casos, Andrés se va a hacer cualquier cosa sin decir más nada. Pero la idea ya no nos deja en paz a ninguno de los dos, hasta que empiezo yo:–Andrés, ¿cuándo te vas a ocupar de la escuelita? Mira que ya se aproxima marzo.Feliz me toma en sus brazos.—Hablé el otro día a un albañil para que venga a realizar algunos arreglos en el galpón y a revocar la pieza _que queda al lado_, y a hacer en ella una estufa abierta.–¡Andrés! _exclamo.—Sí, va a ser mejor que la maestra o el maestro vivan allí; compraré una cocina a gas envasado y una lluvia pues pienso hacer instalar un pequeño baño en una esquina de la pieza; alguna vez comerá con nosotros esa persona, pero sólo cuando vos la invites.–Andrés, sos un ángel _digo_, y los ojos llenos de lágrimas.—Sánchez me habló de un matrimonio; él fue director de una pequeña escuela, ella maestra ahí, los dos jubilados y dispuestos a venir acá; les gusta mucho el campo; quedé en que iremos a hablar con ellos la semana próxima”Hasta aquí los personajes son: Margarita que no es otra que la propia Elisabeth quien ha adoptado ese seudónimo, porque le gustaban mucho las flores silvestres del campo llamadas precisamente margaritas. Andrés, que es su esposo Antonio. El señor Sánchez, se lo menciona como un dentista al que concurría a atenderse Antonio.
Momento de la construcción de la casa de familia en la estancia “La Holanda”
“Inauguramos la escuelita en abril. Los padres son invitados, desde luego, así como los hermanitos demasiado pequeños y los cuatro Acuña, naturalmente. Juan hace un asado; yo preparo pasteles; sobre el techo de la nueva escuela flamea la bandera argentina y cuando solemnemente entramos todos, se oye el Himno Nacional (de mi tocadiscos). Los ocho chicos toman asiento cada uno en su flamante pupitre y los nenes de Ingrid en un banco frente a una mesita baja; Don Felipe les dice un versito, que tienen que repetir con él: “Gracias a don Andrés y Doña Margarita, se inaugura hoy esta escuelita.”
Los niños y niñas llegan puntuales, llenos de ilusión todos los días. El otoño sigue templado, pero…sin lluvia,A fines de mayo empiezan los fríos; los bebederos se ven escarchados; los niños llegan a la escuela con las manos heladas, entumecidos todos ellos, les toma casi media hora para reponerse en el ambiente tibio de la escuela, donde Don Felipe prendió la antigua estufa, desde temprano. Pienso y pienso en una solución y me digo: “!Margarita, ya has descansado bastante, llevas años de vida cómoda, ya es hora de que te molestes un poco!”
Doña Elisabeth con ramo de flores, la maestra, los alumnos y los familiares de los niños
Hasta ahora los chicos de cada familia o bien han traído un paquetito de comida “para la media mañana”, unas milanesas frías o huevos duros, un poco de galleta, o bien, no comen hasta volver a sus “casas”. Han entrado a las ocho a clase para salir a las doce y media.Propongo a Don Felipe y María lo siguiente: que entren a las 10, cuando ya no hace tanto frío y coman acá, yo cocinaré, y luego sigan dos horas por la tarde. Todo el mundo está encantado, pero la buena Doña María al principio se preocupa:—Pero, usted, Doña Margarita, ¿va a hacer ese trabajo todos los días?, mire que son muchos.–Me arreglaré, verá usted que no me voy a molestar mucho _contesto_, tomando la cosa en broma.Digo a Andrés que voy a precisar un par de ollas y sartenes grandes, platos, vasos y algunas fuentes, también cubiertos. Todo me lo compra entusiasmado. Me pongo a revisar recetas y a leer consejos sobre comida dietética y un lunes empiezo y produzco un locro, del que no queda ni un grano. Juan me ayuda a llevar la comida. María, ayudada por las nenas, pone la mesa, que compró Andrés, en el mismo galpón. Yo sirvo y después me llevo los platos sucios y los lavo en casa. Hago comidas variadas, que incluso comemos todos; me empieza a divertir probar recetas nuevas.Con María decimos que es una pena, que los chicos no tengan delantales y antes de la reunión del CREA en “El Trébol” compro muchos metros de género blanco y febrilmente me pongo a cortar y coser a máquina (mi vieja Singer).Al año siguiente, en marzo se vuelve a abrir la escuelita: “Atienden ahora diez chicos en la escuela; dos mayores de los hacheros los pusieron de pupilos en un internado; en cambio, unos vecinos nos pidieron si podían acudir cuatro hijos suyos, dos de cada familia.”Así pasaron varios años (no sabemos cuantos). Por la lectura entrelíneas los nuevos personajes que han aparecido son: Juan un peón que no sabemos su verdadera identidad. María y Felipe son los esposos que son maestros, de los que tampoco conocemos su verdadera identidad. Y por último se menciona a“Ya no quedaba en el campo leña campana para hachar; postes y varillas buenos también resultaban difíciles de encontrar y las familias de los hacheros, cuyos hijos se iban haciendo grandes y cuyas señoras estaban cansadas de esa vida en carpas, siempre en el campo, quisieron mudarse a algún pueblo. El matrimonio Doña María y Don Felipe, que durante tantos años se habían ocupado de la escuelita con todo cariño, empezaron a sentirse fatigados:—Ya somos viejos, Don Andrés _le dijeron_, el año próximo más vale nos vamos a vivir a Córdoba. Los Acuña ya desde un año antes vivían en Santa Rosa; sus hijos necesitaban otra educación. Así se fue terminando una etapa en la vida de “El Trébol” y lo que había sido la escuela y la vivienda de sus maestros quedó clausurada.”
En la ficción la estancia “El Trébol” no es otra que la estancia “La Holanda”. El personaje Ingrid era una madre que vivía en una estancia vecina.