Nació en el seno de una familia chacarera, en los alrededores de Loventuel, un pequeño pueblo del entonces Territorio Nacional de la Gobernación de la Pampa Central.
Pueblo situado a pocos kilómetros del sur de San Luis y entre las localidades de Luan Toro y Victorica. Dedicado a las actividades agropecuarias, por donde habían pasado las vías del Ferrocarril del Oeste, que saliendo de la estación Once en la Capital Federal, llegaron hasta Telén, el año 1908, la colonia francesa punta de rieles. Su madre fue doña Elina García, oriunda de la Villa de las Mercedes de San Luis y su padre don Cirilo Roldán, nativo del Bragado, provincia de Buenos Aires, quien apareció por aquellos pagos con una majada de ovejas, una puntita de vacas y algunos caballos. Se habían casado a fines de diciembre del año 1905 ante el Juez de Paz de Victorica don Arturo Invierno.
Cristóbal fue el segundo hijo varón de una familia que creció numerosa, mayoritariamente integrada por mujeres. La primogénita fue María Trinidad (1907), luego Casiana, Delicia, Felipa y Elina. Su hermano varón mayor fue Marcial, nacido el año 1915.
Casi todos asistieron a la escuelita de “Las Chacras”, en la época del maestro riojano Félix Romero. Aprendieron a andar a caballo, a manejar el sulky para ir a la escuela, cuidar las ovejas y algunas vacas, a ordeñar y a participar en las fiestas camperas de los alrededores. Cuando los vecinos y amigos hacían yerras, las fiestas patrias en el pueblo y las fiestas escolares, allí estaban algunos, o todos ellos, participando e impregnándose de la cultura criolla. Felipa aprendió a tocar el piano con su maestra Isolina. Marcial se escapaba a Victorica a bailar en la Sociedad Italiana a escondidas de su madre que lo tenía cortito.
Cuando nació Cristóbal a finales de 1924, después que terminó la Primera Guerra Mundial, con la Argentina funcionando como “El Granero del Mundo”, todo lo que se producía en materia de granos, carnes y lanas se vendía al mercado internacional, que mientras duró el ciclo húmedo, obtenía buenos rindes y precios acordes al esfuerzo del productor. Pero nunca la felicidad es completa, el año 1923 se produjo al norte de La Pampa y sur de San Luis una gran nevada a consecuencia de la cual murieron muchas ovejas.
Pero cuando llegó la década de 1930, la zona fue castigada por una larga sequía, las cenizas volcánicas que arribaron desde la cordillera chilena el año 1932, a la que se sumó la plaga de la langosta, que destruía los sembrados y las quintas; los grandes ventarrones que barrieron la capa fértil de los suelos, la crisis internacional y nacional que afectó los ingresos de los pequeños chacareros, generó mucha pobreza y desempleo. Elina y Cirilo eran propietarios de una chacra de apenas 100 hectáreas y a pesar que tenían la leche, la carne y las verduras de su propia quinta, los ingresos no alcanzaban, para mantener una familia de siete jóvenes, con ansias de crecer, desarrollarse y prosperar. Doña Elina, les enseñó a hacer tortas fritas, torrejas con huevos de avestruz, pan casero, torta asada al rescoldo y todo tipo de manjares en la cocina a leña, liebres, piches, picana de avestrúz. El puchero con zapallos y choclos con una buena sopa de fideos, era lo más común. Pero cuando había carneada, para las fiestas familiares, el asado hecho en la cruz, era la delicia, que se acompañaba con empanadas de carne y al final algún postre casero, arroz con leche rociado de canela, flan o ensalada de fruta. En verano no faltaban las zandías y melones.
Casiana Hipólita se casó con Juan de la Nava un contratista rural, que supo tener empresa forestal con quien tuvieron ocho hijos, solo dos varones. Delicia con el “Turco” Sad que puso almacén y cancha de bochas con despacho de bebidas al mostrador en un local frente a la estación del ferrocarril de Loventuel.
Pero Cristóbal y sus hermanas Trinidad y Elina, decidieron irse a Buenos Aires, donde la industrialización demandaba mano de obra. Felipa se casó después con Modestino Pérez, y ahí tuvieron un músico en la familia. El “petiso” Pérez tenía un bandoneón y había aprendido a tocarlo siendo empleado del almacén de Orgales en Carro Quemado, después hasta formó orquesta propia. Así que en la chacra además de la victrola y los discos de pasta de 48 rpm con las canciones de Ignacio Corsini, Magaldi, Carlos Gardel, Azucena Maizani, “Tita” Merello, Nelly Omar y otros, ahora tenían para bailar el bandoneón de Modestino.
Cuando Marcial tenía quince años y escuchaba con sus hermanas y sus padres “La Pulpera de Santa Lucía” cantada por Ignacio Corsini, Cristobal tenía seis, paraba la oreja y mientras miraba bailar el vals, su madre le probaba ropa del hermano mayor que había pegado el estirón.
Y con los primeros que practicaron el baile las jóvenes hermanas Roldán fue con su hermano Marcial. Después Loventuel fundó su club y hasta hubo dos equipos de fútbol. Pero como no había salón, se utilizaba el galpón del ferrocarril para los bailes de la comarca, a los que venían gente de los pueblos vecinos
Cristobal durante sus primeros años en Buenos Aires hizo experiencia en varias ocupaciones. Fue repartidor de leche en bicicleta y changarín, hasta que le llegó la época del servicio militar. Como era alto y flaco, igual que Marcial, lo seleccionaron y fue destinado para integrar el Cuerpo de Granaderos a Caballo del Ejército, en Buenos Aires. Ahí aprendió a manejar las armas para defender a la Patria y su destreza para andar a caballo, igual que el uso del fusil se perfeccionaron. Ello le valió como carta de presentación para ingresar en la Gendarmería Nacional.
Primero falleció su padre, don Cirilo el año 1937. Marcial se casó en 1940 con la hija mayor del italiano Cesanelli y se instaló en Victorica. En la década de 1940 falleció su hermana Elina, quien se había casado con José Bianchi un porteño que la lloró muchos años cada vez que venía a visitar su suegra.
Cristobal fue destinado por la Gendarmería a prestar servicio en la zona de Misiones. Allí en un baile, una noche su corazón sintió el flechazo, Cupido le hizo posar su mirada en “Nina”, una hermosa joven misionera que hablaba con entonación guaraní y sabía bailar muy bien. Se llamaba Tránsito Vargas, con quien se casaron y disfrutaron de la vida. De ese amor pampa-guaraní nacieron varios hijos. Los tres primeros fueron varones: Hugo, Eduardo y el tercero fue bautizado con el nombre del abuelo Cirilo. Y cuando nació la primera niña, el rociado con agua bendita, fue para Elina, elegido en homenaje a esa madre criolla que los vio nacer, crecer e irse.
Marcial aprovechó por lo menos en dos o tres oportunidades el tren con pasaje gratis que partía desde La Pampa hacia Buenos Aires trasladando gente a los actos del 17 de octubre en la plaza de mayo en la época del Presidente Juan Domingo Perón. Tenía la dirección de la casa de Cristóbal en Sarandí uno de los barrios más populosos del conurbano bonaerense. Hasta fines de la década de 1940 abuela Elina aún vivía en la Chacra, con un sobrino y un nieto que le ayudaban (Anacleto y José)
Cristobal y su familia, junto a su hermana Trinidad “Tuca” que también se había casado, con el porteño Emilio Rodríguez, venían desde Buenos Aires a compartir todos los años con ella las fiestas de Navidad, año nuevo y reyes magos, en la que se reencontraban los hermanos Roldán-García y sus respectivas familias.
La abuela disfrutaba de esos encuentros y de sus nietos. María le había dado media docena, Delicia tres, Trinidad un varón, Marcial seis y Cristobal cinco con la llegada de Gustavo.
Pero a principios de la década de 1950 nuestra abuela quien ya contaba con casi ochenta años, vendió la chacra y compró una casa en Victorica, donde vivían María, Felipa y Marcial. Fue a partir de entonces que esa casa de la esquina, a una cuadra de Los Pisaderos y a dos de los grandes médanos, recibía todos los años, en las fechas mencionadas y además para los carnavales y para el cumpleaños de doña Elina, la visita de sus amados y agradecidos hijos, que se reunían, para festejar la vida y homenajear a su madre.
A mediados de 1950 Victorica tenía dos clubes el más antiguo Cochicó y el más nuevo, fundado precisamente en esos años Independiente, que presidió el polaco José Martynowski, que solo tenía pista de baile al aire libre.
Allí los vieron bailar a “Nina” y Cristóbal, todos los que lo conocían y los amigos que fueron adquiriendo. La pareja dejaba deslumbrados a los que observaban la pista desde las mesas, quedando admirados del estilo canyengue para bailar el tango con cortes. Pero no era solo el tango también bailaban el vals, la milonga, el paso doble, el foxtrox y lo más novedoso hasta el chamamé. Dado que eran muy pocos en Victorica los que lo sabían bailar con propiedad.
Parecían salidos de un mundo mágico para el deleite de los demás bailarines y del resto del público que aplaudía cada pieza que interpretaban. Era para no perderse ningún firulete, para no distraerse cuando Cristóbal y su bella y simpática Nina bailaban abrazados. Vestían con elegancia y a la moda. Ella con su vestido ajustado a las formas de su silueta, zapatos tacos altos y la biyouterie enmarcando su cara de manzanita. Él vistiendo traje con corbata, peinado con “glostora” su cabello oscuro, con rulos cayendo sobre su cara de pera. Casi todos sus ahorros los guardaban para esas vacaciones en Victorica, de las que disfrutaban mucho en familia cada vez que venían a la tierra de sus padres.
A Cristóbal como a Marcial les gustaba el box, es probable que haya presenciado en el Luna Park entre 1953 y 1955, alguna pelea que tuvo como protagonista central de la noche a Martiniano Pereyra, nacido en Victorica, pero que emigró a los 8 años con su familia a Buenos Aires.