Si me puedes mirar.
Madre es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies, como
(un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme
(en medio de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor
(tiempo y la mayor distancia,
y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi
(sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me
(pierda entre las galerías de ese mundo.
Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del
(perdón,
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz
(de revivir en el más imposible de los sueños.
Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que
(descorre la tela de otros años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues
(que graban en mi alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia
(de mirarte pasar
rodeada por un halo orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte sólo por no
(dolernos demasiado.
(Fragmento)
Fuente: Orozco, Olga “Relámpagos de lo Invisible” Antología. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires 1998.