Nunca olvidaré que nací y me crié en una casita humilde, con calles de tierra a su alrededor, a una cuadra de la laguna de Los Pisaderos. La casa era de material, techo de chapa y cielorraso de bolsa, piso de cemento alisado, cocina y galería con piso de parquet. El retrete estaba como a quince metros y pozo de agua, la que sacábamos con balde, tirando de la cadena que corría por la roldana a una profundidad de 18 metros aproximadamente.
Cocina a leña, gallinero cerquita, las gallinas usaban un gran tamarisco como refugio. El tendal al aire libre cerca de la leñera. La batea también al aire libre, pero debajo de una planta donde nuestra madre Trinidad lavaba la ropa de la familia. Y los días que caían esas heladas crueles la recuerdo a ella renegando hasta que por las tardes recién podía, con agua caliente mediante, lavar algo.
La casa estaba rodeada de acacias comunes, que florecían en primavera con flores blancas que tenían un néctar dulce, por lo cual eran objeto de nuestra degustación. Además cerca del gallinero había dos plantas de moras, el manjar a nuestra disposición y en el patio, pegadito a la galería estaba el parral con uva morada, otra delicia para nuestro apetito de niños. Eran dos o tres sarmientos que seguramente se los había dado nuestro abuelo italiano de su parral casero a nuestro padre Marcial.
Los lecheros traían a domicilio la lecha cruda de la chacra donde tenían el tambo, a veces en temporada ofrecían choclos o zapallos criollos. Como yo era el chico de los mandados me tocaba ir a la carnicería: la más cerca era la de la familia Bolet. La panadería era lo que más cerca me quedaba porque era la que funcionaba en lo de Marzano, cruzando el solar y la calle 50 0 60 metros más o menos. El almacén más cercano era de Calandri a una cuadra y media. El más lejos era el de los hermanos Nicolás y el más céntrico era el de los hermanos Romero.
Mi padre me mandaba en verano a comprar un pedazo de hielo a lo de Rochereul y después que compró una radio que funcionaba a acumulador, tenía que llevar a cargarlo a la Cooperativa de Electricidad, frente a lo de Rochereul, carretilla mediante. Lo que también me quedaba cerca era la verdulería de Urmente, a media cuadra de la casa de los abuelos Cesanelli, aunque a veces solía pasar Jorge con el carro jardinera ofreciendo casa por casa.
Después, en los veranos enfilábamos para Los Pisaderos, a una cuadra de esa casa. Pasábamos el rancho de María Flores que estaba a la derecha al reparo de un gran caldén y nos internábamos en el montecito subiendo la loma, ahí comenzaba la juntada de piquillín a la hora de la siesta.
Íbamos con nuestro primo Coco Cesanelli y ahí nos encontrábamos con los Acosta, con los Flores, con el Coco Marini, con los Cortez, los Keno, los Platino y otros que andaban en lo mismo. Juntar, además del piquillín de distintos colores, que no solo estaba en Los Pisaderos sino en la chacra de enfrente, donde ahora está el campo de doma, allí había muchísimas plantas. Además todavía quedaban algunos algarrobos que tenían la chaucha dulce que degustábamos en el lugar y de vez en cuando aparecía en el suelo abierta alguna papa de monte.
Ahora de todo eso ya no queda nada, por eso les dejo mi recuerdo de niño, cuando jugábamos con pelota de trapo, a las bolitas en algún lugar que no fuera arena viva y nos deleitábamos con los barriletes que subía el Coco Marini en el baldío frente a su casa paterna.