El compañero del misionero José Durando.

Colegio “Don Bosco” de Victorica.

Centenario 1922 – 2022

Tercera Nota

“Hoy, nadie pone en duda, que dentro del escenario del Oeste Pampeano -la mitad sobrada de la Provincia- don Manuel López Ratón es una figura cimera, junto al apóstol padre José Durando. A lo largo de veinte años consecutivos, ambos en comunidad misionera, compartieron las andanzas y allende el Salado, como embajadores de la paz”.

Este párrafo lo escribió el historiador RPS Celso J. Valla Salesiano de Don Bosco, en la página titulada “A modo de presentación del libro publicado el año 1991 destinado a la biografía de López Ratón, en el Centenario de la Misión del Oeste Pampeano.

“Don Manuel, oriundo de Requeijo (provincia de Lugo, España), nació el 18 de febrero de 1890. Muy joven emigra con su hermana Carmen, casada con Miguel García, a nuestras playas argentinas”. Agrega más adelante Valla otra noticia de los pasos que va dando: “Nuestro biografiado comienza el noviciado el 17 de enero de 1913”.

“Don Manuel, es personal de la Casa de Victorica, a partir de 1923. Mientras en la Misión del Oeste sigue firme con el padre Durando, reside en el nuevo Colegio, en calidad de sacristán, catequista y acompañante del padre Luis Botta, y luego de sus continuadores: los padres Francisco Di Modugno, Juan F. Kenny y Angel Crescini.”

A la derecha el catequista y maestro Manuel Lopez Ratón compartiendo con el párroco y los demás sacerdotes en el patio de la escuela Don Bosco de Victorica

Otra aclaración que hace el biógrafo Valla es que “Como maestro asistente, y catequista, dio clase en el aula, teniendo el título pedagógico, que el ministro Angel Gallardo otorgara al padre José Vespignani para los religiosos que no tuvieran la patente de maestro normal.”

“Los dos cruzados de la fe -dice Valla refiriéndose a Durando y López Ratón- encontraron las mayores dificultades, en los departamentos de Chalileo, Chicalco, Puelen y parte de Limay Mahuida, con sus habitantes, algunos agrupados alrededor de un centro poblacional; alejados, los otros, en ranchos distantes de dos o tres leguas del más cercano. Los caminos tortuosos y pesados, con huellas de carros, apenas visibles de la zona medanosa constituyen la única manera de comunicarse.”

Son interesantes las anécdotas que describe Valle acerca de las andanzas de estos “cruzados”, una de ellas es este estravio: “Así le pasó una vez en las inmediaciones de Pichi Mericó. Al borrarse la huella marcada por el carro debido a los fuertes vientos, don Manuel optó por subirse a lo más empinado del médano a avizorar el horizonte con el catalejo. De nada le sirvió. Entonces hizo una columna de humo, como señal a los vecinos de alguien que pedía auxilio”.

Y prosigue el relato: “Finalmente, mientras su acompañante rezaba el Rosario, se encontró con un caminito de ovejas, que fue el principio de la solución, pues tras de unos rodeos y dejando las riendas al instinto de las mulas, como se acostumbra en estas emergencias, llegaron a un camino y por él a otro más trillado, y a la postre al negocio de don Antonio Irastorza, nda menos que un antiguo amigo de los misioneros”.

Parte de estos problemas comenzaron a solucionarse con la llegada del automovil Chevrolet, regalo de la casa de Uribelarrea. “El padre Durando dejó que don Manuel aprendiera a manejarla y, a menudo se lo veía en el taller de su amigo don Roberto Pagella, quien le adicionó un tanque de nafta dentro del furgón, para tenerla bien provista durante el viaje”.

Otra de las anécdotas jugosas que recoge en su libro el biógrafo salesiano Valla es esta que se la contó el dueño del campo de la costa del Salado: “Mientras viajaba con mi esposa encinta, rumbo a Telén, paré el auto y como obedeciendo a una voz que sentía en lo más hondo de mi espíritu, decidí regresar a mi casa y costearme hasta el río.

Desandadas las tres leguas, arribé enseguida a la costa, distante diez kilómetros de mi negocio (La Esperanza). Allí encontré al padre Durando de rodillas y rezando. Al reconocerme, se levantó conmovido para abrazarme. Estaba empapado y muerto de frío… -¿Y don Manuel?

Observese el Chevrolet furgoneta con las puertas traseras abiertas y el altar armado, donde el misionero Durando daba la misa y a López Ratón posando, haciendo el saludo al paisano de a caballo

El bravo coadjutor, de experiencia acumulada, se hace cargo de la situación, y sin perder un minuto se juega todo entero con la visión certera de resolver el problema. Se había sacado ya la ropa y sin titubear se había cubierto su cuerpo desnudo con una sábana para meterse al agua y salvar el único vehículo de la Misión. Cuando me acerqué castañeteaba los dientes por el frío de la torrentada. Trataba de frenarlo con piedras al coche todo maltrecho y que ya estaba hundido hasta la capota.”

Prosigue el relato Tamagnone: “Tranquilicé al Misionero, asegurándole que en rápido operativo le iba a rescatar el coche, por lo que le rogué que inmediatamente subiera para llegar a casa, donde mi señora le iba a facilitar la ropa para mudarse. En el interín, busqué a mis peones, a quienes ordené llegasen cuanto antes con los caballos y cadenas hasta el paso del río, donde los estaba aguardando el señor López. Cuando regresamos al Salado, para satisfacción del Misionero, lo vimos a don Martín, uno de mis peones, que había enganchado la Chevrolet, y a tiro lo arrastraba poco a poco a la orilla, después de haber estado cuatro horas expuesto a las aguas”. (ver imagen de la portada)

El Chevrolet del misionero con las mulas encajado en el rio Salado, con la sábana blanca Manuel López, el peón tirando con las cadenas para sacarlo hasta la orilla donde se observa el auto de Tamagnone que lo sacó de la estacada. Imagen sin fecha tomada por Durando.

Otra anécdota recogida por Valla expresa que: “Por testimonios orales he sabido las leguas que tuvo que andar cuando la camioneta, más tozuda que las mulas, se negaba a continuar la marcha. Doña Angela viuda de Muñóz, de edad centenaria radicada en Puelén, me contaba que al romperse el vehículo en la Imarra, don Manuel tuvo que ir a comprar el repuesto a la casa de Arturo Torres de la Peña en Telén. Un trayecto de 100 leguas que le demandó varios días.”

Agrega Valla una noticia sobre la relación con los paisanos: “Don Manuel fue maestro y catequista de Gumersindo Fraga, hijo del cacique José Fraga. Gumersindo fue preparado para entablar un franco acercamiento entre el misionero y las tolderías ranquelinas donde en contacto con el blanco, el aborigen se iba transformando en paisano. Teniendo al exalumno Gumersindo, se pudieron crear centros de pserseverancia en esta Sección de 36 leguas, donde radicaban las tribus de Luis Baigorrita, Santos Morales y Gregorio Yancamil.”

Fuente: Valla, Celso J. “Don Manuel”. Buenos Aires, Argentina 1985.-

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